lunes, 26 de enero de 2015

Adamas

Todas las corazas son de carbono, todos parecemos iguales. La misma materia forjada bajo diferentes variables, cuanto mas extremas las circunstancias, mas específicas y únicas son. Eso nos hace diversos en transparencia, dureza y tenacidad. 


Las mas numerosas son de carbón, son opacas y no hay luz que las traspase. Ocultan el interior de su portador, protegiéndole de miradas extrañas. A su vez, no permiten que toda una gama de perspectivas cromáticas inunden su interior, resultando su tacto frío y áspero. Apenas resisten los golpes, no incitan al riesgo. Acaban resultando ornamentales, poco funcionales y de mediocre acabado. Nada recomendables para espíritus ávidos de aventuras.


Nuestras corazas, en cambio, son de diamante... tu y yo somos diferentes. La misma materia moldeada geométricamente en un infierno silencioso y diminuto, el herrero más diestro y valioso que puede hallarse. Eso nos hizo virtualmente inalterables, irrompibles e indomables.


Y digo virtualmente, ya que sólo la Vida u otra coraza de diamante tienen la capacidad de arañar su superficie o incluso cortarla. La primera esculpe la cronología de tus batallas sobre ella, de forma tosca y estéticamente deficiente cuando así lo desea, creando luces dispersas que hacen a los demás desconfiar del auténtico valor de dicha protección. Otras veces simplemente alcanza el plano de fractura y consigue quebrarla.


Una coraza de diamante no suele poder autorrepararse, por ello disponer de otra de su misma índole abre un mundo de posibilidades. Trabajar en consenso les permite evolucionar, alcanzar nuevas estructuras capaces de crear sensaciones luminosas impactantes. Sólo así pueden ser de nuevo reconstruidas o rediseñadas para que alcancen su máximo esplendor, puliéndose para tallar nuevas consignas vitales, seccionando las zonas agrietadas para devolver la armonía de su figura y reducir su peso. Amplificando infinitamente la luz que las acaricie.


La primera vez que te vi me deslumbraste envuelta en tu halo multicolor, y quise saber si tu coraza, tan lustrosa y cautivadora como se presentó ante mi, era de diamante o de circonita. Éstas son burdas imitaciones, incapaces de llegar a pasar la prueba de la acción, ya que son pura apariencia, no me dejan huella. No existe un disfraz capaz de multiplicar las habilidades, sólo permite fingirlo. Las cosas simplemente son.


Observé muchas circonitas en el pasado, lo que me hizo desentrañar los trucos que usan en pro de la confusión. Cada uno de esos detalles ha servido de guía para plantarme ante ti y admirarte, con todos tus matices y propiedades. E, incluso con los ojos cerrados, verme reflejado en ti. Convencido de que eras de diamante me acerqué tímidamente a ti, y me lo devolviste tallándome una sonrisa en el centro del pecho, de las que no se quitan y duran hasta que expiras.


Para mi, un suceso es una certeza. Y es tan preciado percibirte como mi igual, y que demuestres con hechos tu grandeza, que todo daño recibido en el pasado pierde su venenosa influencia en mi. Sólo acércate y unamos sueños y esperanzas. Juntos podemos colorear este mundo monocromo y decadente.






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jueves, 15 de enero de 2015

Mi Oscuro Pasajero


No se si ya nací con su presencia, pero en mis más tempranos recuerdos... él ya estaba junto a mi, cuando a mis 5 años me despertaba en medio de la noche, en unas ocasiones gritando y en otras con apenas un hilo de voz... pero siempre lleno de angustia. 


Era la voz que me llenaba de preguntas sobre la Muerte, la que siendo un infante me daba pistas sobre mi paso efímero por este mundo y el de quienes me rodeaban. Ese oscuro pasajero que me acompaña allá donde voy. Puede callarse una temporada, pero es inevitable que algún día suelte su discurso.



Él nunca ha cambiado su carácter, aunque si la complejidad de sus mensajes, como también su influencia en mi y nuestra relación. Se debe a que él siempre es el mismo, pero no así el recipiente que le alberga... mi mente. Toda la vida portando el mismo huésped incómodo, que trasmite siempre el mismo discurso.



Para mi oscuro pasajero todo está marchito, y si algo no lo está... se marchitará en cuanto yo lo toque. Su exigencia roza el sadismo, así como sus ganas de hacerme sentir culpable por cualquier motivo. 



Nunca quiso que me relacionara con nadie, ya que cree que no necesito mas que su compañía, y cuando se le cuestiona se vuelve hiriente y desesperanzado. A él no le gusta nada ni nadie, es incapaz de sentirse pleno y de sugerir soluciones a nada. Sólo existen el Caos, el Dolor y el Fracaso en sus palabras.



En mi época colegial era tan poderoso que nadie sabía de su existencia, además de que haberle dejado hablar en público hubiera supuesto un suicidio social. Todos eran niños, menos yo. Porque mi oscuro pasajero tenía una voz adulta, que ya me hablaba entonces de este mundo de plástico que habitamos, de sus tonos grises y sus tragedias. 



Pero todo ese infierno... se quedaba en mi. Me hizo extremadamente tímido, y sólo me sentía libre de su influjo cuando jugaba. Cuando competía, en cambio, me llevaba al máximo a cambio de toneladas de ansiedad.



Fue en el Instituto cuando el arte me salvó la vida por primera vez. De pronto, disponía de varias armas diferentes para combatirle: la escritura, la música y el dibujo. Supuso una salvación porque le dejé libre ante el entorno, le dejé expresarse sin límites. 



Me dio la posibilidad de analizar su pensamiento mas objetivamente y descubrir preguntas con las que replicarle, poniéndole contra las cuerdas si me atacaba a mi. Y, además, descubrí que al soltarlo fuera de mi, su tamaño disminuía. Ya no era tan poderoso, aunque cuando llegaba a alcanzarme, me mandaba a la lona.



Estudiar Enfermería supuso un punto de inflexión. Recibí información sobre su naturaleza, de pronto dejó de ser una sombra indefinida. Ahora tenía un rostro, y podía devolverle los golpes. Ya en igualdad de condiciones, lo "humanice" y firmamos una tregua. 



Comenzamos a dialogar y acabé comprendiendo que incluso podía hacerme amigo de él. Asumí que sus palabras me hacen daño si yo me lo "tomo mal", y que si, en cambio, pienso que son consejos de la "persona" mas exigente, dura, quisquillosa, desesperanzada y triste que conozco, y los tengo en cuenta para satisfacerle también a él... el resultado siempre será mucho mejor. Él puede ser un gran motivador si le escuchas adecuadamente.



Frases como "no es lo suficientemente bueno", "tampoco vales tanto", "podrías ser mas grande", "ese sueño es imposible"... Son ahora motivos para seguir mejorando las cosas hasta que sean buenas, para incrementar mi valor y mi tamaño día a día e, incluso, para luchar por lo imposible.



De hecho una vez me preguntó... "¿sabes que conseguir la perfección y la felicidad total es imposible? ¿Por qué luchar al 100% entonces... incluso por qué no luchar absolutamente nada?" 



Mi respuesta fue sencilla... "Cuando das el 100% de ti, seguro que no consigues el 100%, pero si un 80%, o un 70%... Si das el 50%, posiblemente no consigas nada. Y si no luchas, ni siquiera habrás disfrutado de ninguna aventura".



Y tras mis palabras exclamó "que pereza me das..." y se fue a su lado oculto del cerebro antes de que le diera una colleja.






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martes, 13 de enero de 2015

Cuento de los Destornilladores Eléctricos y el Martillo


Hace muchos años, en un universo paralelo en el que los objetos tenían vida propia, existía una ciudad llena de cientos de destornilladores eléctricos y un sólo martillo. Como en toda sociedad, la mayoría dictaba las tendencias, siendo las cualidades mas apreciadas en este caso las propias a un destornillador eléctrico: la capacidad para girar sobre sí mismo en ambos sentidos, la precisión y delicadeza, incluso la sofisticación de funcionar con energía eléctrica.


Con esto podemos llegar a imaginar la vida del martillo, el cual era el paria de dicho mundo. Siempre se le clasificó como inútil, por ser una herramienta que ejerce presión, es tosca y no funciona con electricidad. Nadie le comprendía, veían su esencia como algo perverso, algo a lo que temer. "No te fíes de alguien que no sabe girar", "Golpear es cosa de gentuza" eran dichos frecuentes que hicieron pensar al martillo que, si todos lo pensaban así y nada demostraba lo contrario... Tal vez fuera cierto y él no sirviera para nada.


Tampoco ayudaba que el único trabajo que existía consistía en quitar los tirafondos que cerraban las cajas que les enviaban desde su país vecino. Dichas cajas contenían nuevas baterías que les permitían seguir siendo funcionales, eran su alimento. El martillo estuvo sólo un día trabajando, ya que la única forma que tenia de abrir las cajas era rompiéndolas, algo que era un tabú en dicha ciudad, ya que les servía también como casa... Nada podía romperse si se hacía un buen trabajo, lo contrario es de descuidados. El martillo fue despedido y se dejó llevar por la desesperanza. Todo en él estaba mal, y todos tenían razón... Un martillo no valía para nada, él no valía nada. De hecho no tenía ni casa, era el único indigente.


Pero, un día, sucedió algo inexplicable. Las cajas que empezaron a llegar ya no estaban cerradas por tirafondos sino por clavos. La ciudad entró en colapso, nadie acertaba a descifrar como podían abrir de nuevo las cajas... Por mas que giraban sobre la cabeza del clavo éste no salía. Y cuanto mas lo intentaban mas electricidad perdían, y sin abrirlas llegaría el momento en el que sus baterías se vaciarían, muriendo funcionalmente. La prioridad de toda la sociedad era abrir esas malditas cajas como fuera.


Tras varios días de intentos alguien recordó el único día en el que el martillo trabajó con ellos y, de pronto, aquel suceso dejó de ser un chiste para convertirse en una especie de leyenda. El martillo fue capaz de abrir cajas independientemente de los tirafondos, aquello fue un hecho. Si pudo con aquello... ¿Podría repetirlo con las nuevas cajas?


Cuando le pidieron por primera vez que rompiera las cajas se negó, ya que pensaba que era una broma mas. La segunda vez también se negó, aunque no dio motivos. La tercera dijo que le encantaría intentarlo, pero no se veía capaz... Él era un inútil y por eso se negó anteriormente, aunque no lo había dicho por lo doloroso que era para él recordar su pasado. La cuarta vez, por fin, dijo que lo haría.


El argumento que dio es que, aunque sabia que nadie le apreciaba, le necesitaban y él no podía dejarles de lado. Aunque ahora le pidieran algo que estaba prohibido incluso en las normas de la sociedad, les sacaría del apuro.
Se dispuso ante las cajas y simplemente hizo lo que es natural en él... Golpear con saña. Los pedazos de tablón volaban cuando eran golpeados por el martillo con la parte gruesa de su cabeza, y todos le aplaudían, aunque la mayoría seguía pensando dentro de si "yo no sería capaz de hacer eso, sigue siendo de herramienta poco elegante"... Pero la necesidad mandaba y si el martillo se enteraba, estarían jodidos... Así que mejor animarle.


Tras haber abierto unas cuantas, el martillo se detuvo un instante, como congelado. Todos los destornilladores se callaron, sorprendidos... Expectantes. ¿Que le pasaba al martillo? Entonces, éste se dio la vuelta y agarró un clavo por "esa parte bífida de detrás de la cabeza". Nunca nadie, ni siquiera el martillo, se había preguntado para que servía, incluso se consideró un defecto físico de éste durante años. Cuando hizo palanca y el clavo cedió, los destornilladores se quedaron boquiabiertos... Había conseguido hacer un trabajo preciso, elegante y limpio. El paria podía ser como ellos.


Cuando acabó de abrir todas las cajas, el martillo estaba exhausto pero feliz. Nunca en su vida había sido vitoreado así, pero aun mas importante fue el sentirse útil, haber conseguido redescubrirse a sí mismo. Ya no se veía de la misma forma... No era malo no ser eléctrico, ya que no dependía de ello y, en aquella crisis, fue el único que no temió por él mismo. No era malo usar la fuerza, ya que cuando se necesita es peor no poder utilizarla. E incluso había aprendido de los destornilladores a ser delicado como ellos y, a su vez, conseguir hacerlo mejor (de hecho, ningún destornillador había sacado un clavo jamás y él podía sacar cientos).


A los pocos días se acabó el total reinado del martillo, ya que las cajas volvieron a llegar, en su mayoría, con tirafondos. Aunque, de vez en cuando, aparecían algunas con clavos. Todo volvió a ser parecido, y a pesar de que un día al año se recordaba la gesta en agradecimiento, los destornilladores seguían admirando sus cualidades por encima de todo. El martillo era mas respetado, porque al menos le dejaban abrir esas pocas cajas que llegaban con clavos y ahora ya disponía de una caja-casa como la del resto, pero le parecía insuficiente ese poco trabajo sabiendo todo lo poderoso que podía llegar a ser.


Así que comenzó a guardar las tablas y los clavos, y así, cuando hubo reunido el valor necesario, hizo lo que nadie en dicha ciudad siquiera llegó a imaginar: fue el primero en construir algo... Una casa de verdad. Y tanto le envidiaron que tuvo que construir una para cada uno de los demás, siendo éstas cada vez mas complejas, cada vez mas sólidas. Y cada vez mas perfectas.


Y ya no importaron sus virtudes, aquellas que les salvaron a todos en la "crisis de los clavos". Ni sus defectos al compararse con la mayoría, ni siquiera todo el dolor del pasado. Porque ahora tanto él como los demás le veían tal y como realmente es: "El Martillo". Alguien único, individual... indivisible.





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