miércoles, 4 de febrero de 2015

Cuento del Bosque Intimidante y la Madriguera Interminable

Esa noche Odeim Romet no podía dormir. Y no era la primera vez, se había convertido en algo habitual desde hacía varios días. Resultaba curioso que así fuera, ya que todos sus sueños iban a hacerse realidad mañana. Y no era desconfianza por no haber llegado aún dicho momento, ni siquiera esas cosquillas de impaciencia que nos recorren el interior ante las puertas de la felicidad. La emoción que le mantenía en vigilia le era conocida, pero nunca había llegado a ser tan enorme ni tan amenazante como ahora, como en ese mismo instante. Era puro y genuino Terror.



En pocas horas, contraería matrimonio con Laedi Etreus, su novia desde la mas temprana adolescencia. Alguien a quien conocía perfectamente, hasta el mas mínimo resquicio de su personalidad le resultaba familiar. Tan adaptados estaban que apenas recordaba un par de riñas en su extensa relación de años, y en ambas simplemente tenían puntos de vista diferentes que, tras unas horas separados, a los dos les parecieron nimiedades. Era tan perfecta que ahora, cuando iba a dar el paso definitivo con ella, creía que no le esperaría nada mas que “un día normal repetido hasta el infinito”.



Además con el enlace obtendría como regalo de bodas paterno la propiedad total del negocio de los Romet, la única clínica odontológica del lugar. Hacía ya varios años que ejercía al lado de su padre, del que siguió ejemplo hasta llegar exactamente a mañana, cuando recogería el testigo para que su padre se jubilara y pudiera, al fin, dedicarse a viajar. Ahora sería él el único encargado de la Salud Dental de todo el pueblo, algo que ya hizo durante casi media vida. Imaginaba que, cada vez que viera una nueva boca abierta frente a él a partir de entonces, se sentiría como en medio de una cadena de montaje a pesar de ser ahora su propio jefe.



Pensaba que una vida monótona como se le estaba presentando ésta era menos vida. Que si tenía tanto miedo era una certeza de que moriría poco a poco si cruzaba esta línea, que debía ser un signo claro de peligro... porque es estúpido temerle a la felicidad, ¿no? Claro, no podía ser eso. Tenía que ser una llamada de atención, eso sí podía ser. Este pánico le estaba pidiendo que sobreviviera, aquí sólo hallaría su declive, debía dejarse llevar hacia otra parte... cualquiera que no fuera esta.



Y entonces, tras llegar a esa conclusión, se levantó de la cama de un salto, se vistió apresuradamente y huyó por la ventana, adentrándose a la máxima velocidad que le permitieron sus piernas en el inmenso bosque que limitaba con su hogar. Sin mirar atrás, sin vacilar mientras tuviera encima esa sensación angustiante dentro.



Cuando la falta de oxígeno y eficiencia muscular le detuvo, no era consciente de cuanto había estado corriendo ni la dirección que había tomado. A pesar de sentirse cada vez mas desorientado y confuso, en ocasiones le venía un tenue recuerdo de su dilema, el pavor volvía a acariciarle y comenzaba de nuevo a correr, sin pensar en nada mas que en dirigirse hacia donde no se sintiera así. Tenía que sobrevivir, y aquí aún no se sentía seguro. No había todavía la suficiente distancia entre su problema y él.



El bosque se había hecho mas denso, tanto que apenas se podía vislumbrar el cielo entre las innumerables ramas que se entrelazaban entre sí, tejiendo una especie de cúpula orgánica que no dejaba pasar la luz, permaneciendo el interior en una penumbra constante. Era ya tan lejano el recuerdo de cuando se había adentrado en él, que el tiempo ya no importaba, ya ni existía. Tan lejano que tampoco podía acordarse ni de quien era ni de donde había partido. Ni siquiera sabía hacia donde se dirigía. Su existencia resultaba en ese momento muy similar a la de un fantasma.



Mientras vagaba entre las sombras, reptando entre el musgo y las hojas secas que se acumulaban en el suelo, volvió a percibir de nuevo la fría mano del Horror. Se detuvo silencioso y usó sus sentidos para tratar de averiguar que peligros le acechaban. Estaba convencido de que aquel lugar le mostraría su cara mas atroz y debía evitar ser descubierto.



Al instante, todo el bosque al unísono comenzó a interpretar una compleja sinfonía inquietante, como la que precedería a la mas desgarradora de las muertes. Un Réquiem compuesto expresamente para él. Los búhos ululaban al compás que marcaba el crepitar de la madera, los lobos aullaban en armonía con las ramas y sus sibilantes hojas meciéndose bajo el viento.



Hasta podía llegar a oír a las arañas susurrar. Imaginaba cientos de ellas escondidas entre los árboles, tejiendo una red casi imperceptible en la que quedaría atrapado tratando de huir del destino aciago que este ecosistema hostil anhelaba para él. Todos ellos unidos, conspirando contra su vida. Todos ellos le querían como alimento.



Se sentía envuelto por la amenaza, no había ninguna vía de escape posible al estar rodeado por un muro de ojos brillantes, de figuras amorfas que se fundían con la oscuridad reinante, otra cómplice mas de esa tenebrosa familia forestal. Rodeado y paralizado. Sólo quedaba huir hacia abajo, adonde se deslizan las raíces de los árboles para obtener sus nutrientes. Así que, con un ritmo diligente y desesperado, comenzó a excavar.



Lo que en principio era una simple hondonada en la tierra, pronto se convirtió en un cubil. Mas tarde, en una extensa madriguera de pasadizos estrechos donde la única dirección posible era avanzar lo mas lejos posible de aquel bosque intimidante. Quien sabe, igual hasta aparecería en el otro extremo del mundo.



En ocasiones, la ruta se volvía tan angosta que tenía que desplazarse lentamente a través de un agujero ínfimo, conteniendo la respiración porque con el pecho distendido no podía atravesarlo. Evitaba aumentar el nivel de pánico sublimando la idea de que podía quedarse atascado... Atascado en medio de él mismo.



Solía lograr pasar continuaba su incesante perforación, pero en otras ocasiones su pesadilla se hacía real y se quedaba allí, atorado, sin poder expandir sus pulmones y gritar. Y, simplemente... se desvanecía. Al despertar, su cerebro volvía a pensar en excavar y retomaba su ya única tarea en su ya simple existencia.



Si se topaba con la mas inquebrantable de las rocas en medio de su trayectoria, lejos de cambiar su rumbo, arremetía con sus manos como si fueran a disolver la roca. Cegado por la frustración, se quebraba dedos y uñas contra la piedra, sumando daños a la continua erosión que la tierra húmeda le estaba produciendo en toda la piel. Acababa aceptando que no se doblegaría a su voluntad cuando no le quedaban mas falanges por fracturarse. Emitía un apagado sollozo y, esta vez sí, variaba su devenir.



La madriguera se había convertido para Odeim en un laberíntico infierno subterráneo, una sepultura en vida. Era ya tan lejano el recuerdo de cuando se había introducido en ella, que el tiempo nuevamente no importaba, no existía. Tan lejano que sus sentidos habían perdido sus funciones, su cuerpo era una masa deforme y su cerebro únicamente generaba el impulso de arrastrarse. Un genuino y monstruoso gusano humano.



El miedo puede no matarte y aun así arrebatarte la vida.





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